jueves, 2 de febrero de 2012

Sopas de Ajo vs Frío Siberiano




Quienes saben de estas cosas dicen que pasear con paraguas es pasear sin cielo. Lo siento, pero yo no estoy de acuerdo. En algunas ocasiones, como apunta Juan Manuel de Prada, cuando caminamos debajo de un paraguas "la ciudad que codiciábamos se convierte en un sótano sin ventilación", pero no siempre es así. De hecho, bajo esa breve marquesina portátil que llamamos "paraguas" suelen darse situaciones muy románticas, al arrullo de la humedad oblicua que vierten los nubarrones sobre nuestras velas extendidas. 

Todo parece distinto bajo la lluvia, especialmente al anochecer. Y más aún si la puesta de sol trae vientos siberianos. Hace mucho frío y regresamos al hogar pisando los charcos, sintiendo la proximidad de alguien que intenta guarecerse del temporal en nuestra compañía. Alguien que llegará a casa deseando tomar algo cálido y reconfortante: una rica sopa.





Origen de la sopa 

El más tradicional modo de combatir el frío se fundamenta en el consumo de ciertos alimentos cuyas cualidades energéticas proporcionan ese bienestar que ni siquiera las más hercúleas prendas de abrigo consiguen conferir. 

Cualquier sopa calentita es, en palabras de don Carlos Azcoytia, director de la revista digital historiacocina.com, el ejemplo de lo que él mismo denomina “cocina económica y de subsistencia”... Algo que tiene sus orígenes, aunque cueste creerlo, en las piedras huecas donde comenzaron a cocer carnes y vegetales aquellos antepasados nuestros que vivieron su errante existencia en el Paleolítico. 

Vemos, por tanto, que domesticar el fuego tuvo como consecuencia culinaria la creación del producto que más vidas ha salvado a lo largo de la historia: la sopa. Y la que hoy es protagonista de este espacio resulta ser, además, uno de los platos con mayor enjundia de la gastronomía española: nuestras sacramentales sopas de ajo... Una comida bravía, irreductible; una comida de pueblo abandonado.



Receta de sopas de ajo 

Las sopas de ajo son en todo momento un excelente entrante, aunque preferiblemente cuando el frío aprieta. Y su elaboración es realmente sencilla, como veremos a continuación.


Derramamos un buen chorro de aceite de oliva en una cacerola de fondo amplio; allí freímos unas rebanadas de pan duro que rescataremos del fuego cuando empiecen a dorarse. En ese mismo recipiente, una vez retirado el pan y buena parte del aceite sobrante, procederemos a rehogar varios dientes de ajo laminado y media cebolla cortada en brunoise (daditos). Cuando observemos que los ajos comienzan a brillar apartaremos la cacerola de la fuente de calor y añadiremos una cucharada de pimentón, removiendo enérgicamente para que los ingredientes no se quemen. 

Incorporamos en este momento unos taquitos de jamón, el pan que habíamos reservado, unas hojitas de perejil fresco picadas y una pizquita de sal (muy poca, siempre habrá tiempo para agregarle garbo a nuestro guiso). Cubrimos la poción con agua y situamos de nuevo la cazuela sobre el fogón. En diez minutos, a fuego lento, la sopita estará lista para reunirse con nuestro paladar. Colocaremos la sopa caliente en cazuelitas de barro individuales y cascaremos un huevo en cada una de ellas. El propio calor del caldo escalfará el huevo. Quizá sea este el único momento realmente delicado: la clara tiene que cuajar; sin embargo, la yema debe quedar prácticamente cruda, melosa, sensual...

Una opción epicúrea: Sopas de ajo con almejas

Tal vez penséis que algo tan agreste y montaraz como un caldito hecho con ajo, agua, pan y jamón no tiene mucho que ver con el romanticismo apuntado en el inicio de este artículo. Y estáis en lo cierto. 

Estas vigorosas sopitas nuestras quizá no se adapten fielmente a las expectativas de nuestros invitados, si lo que ellos esperan de nosotros es seducción y embeleso. Muy bien. Sustituyamos en el último instante el huevo por unas almejas (o chirlas, o berberechos...); de este modo nuestras sopas de ajo se transformarán en un plato de alta cocina. Eso sí, no olvidéis purificar adecuadamente los moluscos con antelación. Debéis dejar los bichos en agua con sal durante horas, cambiando esas aguas de vez en cuando, si no queréis que la sopa se convierta en ese ungüento indispensable para una deliciosa sesión de fangoterapia.


Ya nos sentimos mejor, ¿no es verdad? Volvemos a fantasear... Hace frío ahí afuera... Las ruinas de una ermita observan desde lo alto de la colina nieves inexploradas y molinos atravesados por alabardas torrenciales. Un viejo puente ha derramado su esqueleto sobre alamedas que sin duda fueron espectadoras herméticas de pasiones y desengaños. A escasos metros, enredaderas helicoidales conquistan zaguanes y celosías que aún añoran los viejos rumores que brotaban de negras bufandas de lana... Pero nosotros estamos muy calentitos en nuestra madriguera. Y la sopa quedó exquisita...

4 comentarios:

María Sánchez dijo...

Nunca pensé, querido amigo, que la lectura de una receta fuese capaz de extasiarme como lo hacen las tuyas, sin excepción; pura poesía.

En cuanto a los aspectos más terrenales y prosaicos, me asaltan algunas dudas: ¿Cuánta agua? ¿Solo la justa para que cubra el pan? ¿Pueden utilizarse las cazuelitas de barro en la vitro? Y en caso contrario, ¿se puede hacer toda la sopa junta en una olla y luego servirla en las cazuelitas, antes de añadir el huevo? Sí, ya sé que con estas preguntas tan vanales le he quitado a tu obra de arte todo el romanticismo, pero quiero hacer esa sopa mañana mismo.

Antonio del Olmo dijo...

Gracias por tu delicioso comentario, María. Veamos...:

El agua... No sólo cubrir. Es una sopa, tiene que resultar líquida. Si sólo haces que cubra el pan, éste absorberá todo el caldo. Echa por lo menos el doble. Y un poquito de sal.

No hace falta vitro, ni fuego ni nada. Sírvela muy caliente en las cazuelas de barro y deposita ahí el huevo. El calor conseguirá que la clara se cocine y que la yema quede crudita, como la de un huevo frito bien hecho.

Una cosa importante: hay que hacerla despacito, disfrutando mucho...

María Eugenia Mendoza dijo...

Hola Antonio:
Esta entrada, como bien dice María, es pura poesía.
Pienso en los días más fríos que he experimentado y en la magia que produce una buena sopa.
Mi mamá hacía esta sopa, que aprendió de amigas/vecinas españolas, pero recuerdo que no me gustaba que el pan quedara remojado, por lo que alguna vez que la preparé dejé el pan fuera (en crutones) para incorporarlo después del huevo, con lo que se logra una experiencia crocante.
Después de leer esta receta la haré como todo un experto manda, seguro que debe quedar deliciosa.
Un cariñoso abrazo.

Antonio del Olmo dijo...

Maria Eugenia, es cierto lo que dices. Mucha gente prefiere añadir el pan crujiente (o crocante) al final. A mí también me gusta. Es sencillamente espectacular.

En todo caso, lo importante es disfrutar de una sopa calentita en compañía cuando hace mucho frío. Eso es vivir.